Los niños vienen en diferentes tamaños, pesos y colores. Se les encuentra donde quiera: encima, debajo, trepando, colgando, corriendo, saltando... Un niño es la verdad con la cara sucia, la sabiduría con el pelo desgreñado y la esperanza del futuro con una rana en el bolsillo. Un niño tiene el apetito de un conejo, la digestión de un traga espadas, la energía de una bomba atómica, la curiosidad de un gato, los pulmones de un dictador, la imaginación de Julio Verne, el entusiasmo de una chinampina y cuando hace algo, tiene cinco dedos en cada mano. Le encantan los dulces, la navidad, los libros con láminas, el campo, el agua, los animales grandes y los domingos por la mañana. Le desagradan las visitas, la escuela, las lecciones de música, los peluqueros, los abrigos y la hora de acostarse. Nadie más se levanta tan temprano, ni se sienta a comer tan tarde. Usted puede cerrarle la puerta del cuarto donde guarda la herramienta, pero no puede cerrarle la puerta del corazón; puede apartarlo de su estudio, pero no puede apartarlo de su mente. Todo el poderío suyo se rinde ante él. Es su carcelero, su amo, su jefe... El, un manojito de ruido carita sucia. Pero cuando usted regresa a casa con sus esperanzas y ambiciones hechas trizas, él puede remediarlo todo con dos mágicas palabras: "Hola papito" Cuando nace un niño reconocemos que la vida tiene razón de ser y que tendremos trascendencia, que dejaremos huella de nuestro paso por esta tierra. “bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos” nos dice la Biblia, damos gracias a Dios por la bendición de ser co-creadores con él. Ahora vivamos con ellos, no sobre ellos.
Cortesia: Psic. Jonathan Loreto Campos